Dado mi fracaso en el mundo de los maratones
(algo tienen mis rodillas, seguro de todas las caídas no soportaron trotar tres
días por semana) decidí cambiar mi rutina deportiva. Siempre le he tenido gusto
a las clases que dan en los gimnasios a pesar de que odio sentirme observada. Con
el tiempo me di cuenta que todo mundo está demasiado hecho mierda como para
preocuparse de cómo se ven los demás. Como ya no formo parte de un gimnasio,
entonces me puse a buscar opciones de cosas que pudiera hacer en mi casa (todo
sea por el ahorro y por usar las tennis carísimas que había comprado para
correr maratones).
Baje como 10 videos de Tae Bo, para darme
cuenta que la calidad era más allá de terrible y que eran de un nivel súper básico,
entonces uno con costos se mueve, pega tres golpes al aire y ya termino. Prueba
no superada.
Seguí con la búsqueda de “el workout perfecto”.
Yo había oído hablar del Insanity, y según mi investigación la vara si servía
para bajar de peso y agarrar condición. Las malas lenguas decían que era difícil,
por no decir que había que hacer un esfuerzo sobrehumano para lograr terminarlo;
pero yo no me deje llevar por eso y lo conseguí (mis amigos los torrents me
ayudaron mucho), porque el peor intento es el que no se hace.
Yo no le dije a nadie que iba a empezar el
Insanity, para no tener presión social ni tener que estar rindiendo cuentas de
mi pésima condición física. Además ya había estado contando mis peripecias con
las carreras en la madrugada, entonces si llegaba medio cansada al trabajo no
iba a hacer gran diferencia.
Antes de comenzar me puse dos metas, levantarme
temprano para hacer la rutina antes de ir al trabajo (si, a las 5am, de lunes a
sábado) y terminar el programa completo.
El primer día casi me muero, y era solo un “fit
test”, ahí fue cuando me di cuenta que en serio yo no sabía en qué me estaba
metiendo. Vi mi vida pasar frente a mis ojos (que fiestas tan increíbles me he
pegado), yo creo que me llego menos oxigeno al cerebro de estar tan agitada y
no poder respirar. Los primero tres días yo no podía ni subir ni bajar gradas,
mucho menos ponerme de puntillas, pasaba el día pensando en mi camita, en todo
el sueño que tenia y lo hecha mierda que estaba. Yo llegaba a mi casa en la
noche, comía algo y me dormía más temprano que las gallinas o cualquier otro
animal de granja. Pero aun así me seguía levantando de madrugada para seguir
con el itinerario de 63 días de sufrimiento.
Mi pésima condición física me obligaba a
seguir, porque si ahora que estoy joven y bella con costos y me muevo, no me
quiero imaginar después, cuando todos los antioxidantes que intento consumir
diariamente no tengan efecto y sea una viejilla amargada con historias muy
graciosas.
Contra todo pronóstico, lo fui logrando poquito
a poco, aunque las lagartijas no me salen, sin importar cuanto lo intente. Ya no
estaba adolorida ni tenía deseos suicidas por falta de sueño, y los pantalones
me empezaron a quedar flojos y los cachetes ya no son tan prominentes. Lo negativo
de todo esto es que tengo pelo de escoba porque con lo que uno suda haciendo “el
workout from hell” me hace imposible arreglarme el cabello como antes.
Cuando ya sentía que tenía una condición más
decente, empieza el segundo mes; ya no son 45 minutos por día, sino 60. Otra vez
uno siente que muere lenta y dolorosamente, y vuelven mis pensamientos de “hasta
aquí me la presto Dios”, pero ya voy por el día 43, ya no lo puedo dejar
botado, no me puedo permitir parar ahora que he logrado lo que mucha gente dejo
botado a los primeros 15 minutos.
Yo no me pese ni me medí antes de empezar,
porque esto es más un reto personal que una medida extrema para bajar de peso. Y
ya solo me faltan 20 dias para lograrlo…
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