28 de marzo de 2012

Maratonista

Empecé a correr, o eso me digo a mi misma cada día que me tengo que levantar a las cinco de la mañana a andar por los alrededores de mi casa.

Para mi beneficio o desgracia, mi tía tiene confianza ciega en mí. Cuando dije que quería jugar baloncesto (basquetbol para los no tan polos como yo), ella me apoyó de manera ciega; fue a los partidos, me hizo porras, me dijo que no podía dejar de ir a las prácticas por sentirme medio inútil. A pesar de su apoyo yo sabía la verdad; doy asco, lástima, ganas de llorar en los deportes de grupo. No tengo coordinación, reflejos, capacidad de pensar rápido y en equipo. Admiro a la gente que logra hacer paces, interpretar la estrategia en equipo, lograr anotar un punto, encestar una canasta, meter un gol, como quieran llamarlo. Yo lo intente, pero no está en mí…

Después ella siempre dijo que las apariencias no importan, que la trascendencia de una persona no está en su exterior sino en lo que aporta y que tenemos que dar gracias que estamos completos, no quejarnos de que nuestras extremidades no se adaptan a los cánones de belleza impuestos por el mundo. Por supuesto eso lo dice una persona que pudo haber ganado un certamen de belleza, osea, toda esa hablada no cuenta…

Ahora que externe una pequeña idea, una mísera elocuencia, una necesidad de actividad física; no había terminado cuando ya me habían llevado a comprar tennis y a imprimir la rutina de acondicionamiento físico para lograr aprender a correr y tener la condición que en toda mi vida no he logrado.

La primera vez que salimos, casi me muero. Yo tenía todo mi equipo listo, pero mis pulmones no fueron mis mejores amigos, ni mis piernas ni el resto de mi cuerpo. Yo me sentí morir lentamente, perder mis fuerzas, mi equilibrio, mi capacidad de mantenerme en pie; para luego oír a un ladito “vamos, usted puede, siga adelante”… Como iba yo a dejar de intentarlo, si había una persona que estaba increíblemente segura que yo iba a sobrevivir a ese esfuerzo sobrehumano? Es peor que tener un entrenador  extremadamente estricto que exige una serie de repeticiones, con trasfondo nazi y cero deseos de que uno crezca como persona. Es tener un osito cariñosito a la par que aboga por uno, y su mejoría de condición y que cree que en un futuro cercano uno va a estar corriendo la maratón de San Francisco.

No puedo creer que yo acceda a esta tortura, aunque no vea que mejore sin importar cuantas veces la haga. Aun así, yo pienso que tal vez algún día yo pueda correr, aunque sea en una persecución, que logre salvar mi vida gracias a mi esfuerzo cardiovascular, que agarre condición y que no muera de un paro cardio-respiratorio, que le demuestre a mi tía que si se puede, aunque el mundo diga lo contrario. 

No hay comentarios: